Una blusa blanca hiende el gris
que va de las veredas hasta el cielo del Microcentro.
Ni flores ni colores ni una belleza significativa:
la inapelable eficacia de los básicos.
Un pantalón negro
y una blusa blanca que remata
su espalda con un escote semicircular.
La piel visible, una superficie que parece
hecha a la medida del tamaño de mi mano
desplegada, me recuerda el tiempo
excesivo, inhumano,
que llevo sin tocar a nadie.
Pero, sobre todo, expone
que las pocas efímeras veces
en que sucedió no fueron
sino anomalías en la incesante mudez de mi tacto.
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