sábado, 15 de julio de 2017

Seis el kilómetro, ponele, en un buen día


Como corro sin música, sola y de noche,
el sonido que me acompaña es
el de mis pasos.
El piso te agarra y te suelta en
las proporciones exactas,
el aire entra y sale
del cuerpo con la fluidez de un óvalo
cuando alcanzás la velocidad de crucero,
y la suela contra el suelo es un metrónomo que
te acerca al trance.
El viaje sería perfecto si pudiera
correr con los ojos cerrados,
envuelta en la brisa dulce que descuelga
las primeras hojas del otoño.
Por el medio de una calle
toda para mí,
abriendo los ojos apenas medio instante,
cada diez o doce pasos,
para actualizar mi GPS vestibular
y volver a cerrarlos.
O llevándolos abiertos sin que importe demasiado.
Corriendo en línea recta hacia no sé dónde
sin tener que preocuparme por cómo volver.


(Foto: E. Harrington).

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