sábado, 29 de julio de 2017

Cada minuto es un minuto menos


La movilidad de mi teléfono está 
sujeta al largo del cable. Ahora
reposa en el suelo, junto al sillón donde
hago tiempo viendo la tele.
Hasta que suena. Finalmente,
suena. Sé que sos vos. Ya llegaste. Tus palabras,
escuetas, me lo confirman.
Como dejé todo preparado, solo
tengo que agarrar las llaves y salir.
Antes de llegar a la primera
esquina, me descubro corriendo.
Las cuatro cuadras que hay
entre mi casa y el bar donde nos vemos siempre
son ahora la pantalla de un jueguito
en el que debo esquivar mutantes que aparecen
de la nada con formas de gente
lenta, perros y baldosas partidas.

Viniste corriendo, decís cuando llego.
No sé si lo notaste por el ritmo
de mi respiración o por el tiempo que tardé.
Te respondo con un verso
de Javier Martínez y con una cuenta:
si vengo caminando
son cuatro o cinco minutos más,
son cuatro o cinco minutos menos
con vos.

Con la parsimonia que muestran las cosas
cuando uno viene de otra velocidad,
creás un lago de café entre la crema.
Sus bloques blancos son témpanos bonsái que se disgregan
en las paredes del pocillo o junto al marco
de tus gafas, donde veo su reflejo.
Mientras, se normalizan mis parámetros cardiorrespiratorios
y trato de dilucidar
si ese pique fue una manifestación
de mi ansiedad o una forma de decirte
lo importante que sos.

sábado, 15 de julio de 2017

Seis el kilómetro, ponele, en un buen día


Como corro sin música, sola y de noche,
el sonido que me acompaña es
el de mis pasos.
El piso te agarra y te suelta en
las proporciones exactas,
el aire entra y sale
del cuerpo con la fluidez de un óvalo
cuando alcanzás la velocidad de crucero,
y la suela contra el suelo es un metrónomo que
te acerca al trance.
El viaje sería perfecto si pudiera
correr con los ojos cerrados,
envuelta en la brisa dulce que descuelga
las primeras hojas del otoño.
Por el medio de una calle
toda para mí,
abriendo los ojos apenas medio instante,
cada diez o doce pasos,
para actualizar mi GPS vestibular
y volver a cerrarlos.
O llevándolos abiertos sin que importe demasiado.
Corriendo en línea recta hacia no sé dónde
sin tener que preocuparme por cómo volver.


(Foto: E. Harrington).

sábado, 1 de julio de 2017

Sin brindis


Sé la hora exacta.
Un motor creciendo
entre el vacío de la calle y
petardos ansiosos me hizo
desviar un ojo
un instante
de la trayectoria del pacman y buscar
el ángulo inferior derecho de la pantalla.
Son las 23:58 y pasa
un bondi por la puerta de casa.
El chofer y sus improbables pasajeros
comenzarán el año esperando
el verde en el semáforo de Sáenz.